“El 15 de julio María arriba al Puerto de la Soledad. Acompañan la expedición 23 familias que iban a engrosar la población argentina existente. Ese mismo día comienza a escribir un diario. Nada extraordinario refieren sus páginas. Sólo la vida cotidiana de un pequeño pueblo donde comparten su suerte pobladores de las provincias de Santiago del Estero, Entre Ríos, Córdoba, Buenos Aires y Santa Fe; paisanos del Uruguay y tehuelches de la profunda Patagonia; campesinos alemanes, que junto a los argentinos levantan sus casas; escoceses y franceses que olvidando el mar se hacen hombres de a caballo y trabajan junto a nuestros paisanos; pescadores y marinos genoveses, ingleses, irlandeses”, contará Marcelo Luis Vernet ante el mencionado Comité.
Con este recuerdo de María y su descripción del poblado que se levantó en la Isla Soledad, el escritor salió al cruce de unas declaraciones que el en ese entonces embajador británico en Estados Unidos, Peter Westmacott, había realizado al Washington Post semanas antes, en las que había afirmado que “la única presencia argentina fue una breve ocupación militar en 1832, que las fuerzas británicas removieron al año siguiente”.
Fue así que contó sobre la “Casa Principal”, que habitaban los Vernet; los corrales; la “Casa de la Huerta”, habitada por el jardinero; la casa del cirujano del pueblo; el almacén y casa del despensero Guillermo Dikson; el muelle, los almacenes de piedra, el de la ropa y demás pertrechos, el de víveres, el almacén de maderas y, detalló que “como es un pueblo en construcción, no falta una herrería, el obrador de carpintería y una casa que se ha compuesto para juntar la paja que se corta para techar las casas. Y el rancho del tonelero, en la parte oriental, que como es amplio se utiliza también para organizar bailes los días de fiesta”.
Tras aludir que estos detalles constan en documentos oficiales y en el Diario de María, el escritor explicó que “traigo aquí esta historia cotidiana que protagonizó mi pueblo, en el convencimiento que fundar ciudades, trabajar, celebrar la vida, casarse, enterrar los muertos y parir hijos sobre una tierra, son también actos de dominio y posesión. Pero sobre todo para que imaginemos cómo hubiera continuado esta historia sin la violenta intromisión imperialista del Reino Unido, que en 1833 usurpó nuestra tierra”.
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