A partir de la tarde de ayer y tras el fin de las restricciones sociosanitarias que impidieron la celebración el año pasado, los santiagueños pudieron volver a realizar las tradicionales “alumbradas” a sus seres queridos en los cementerios rurales de la provincia, cuyo epicentro fue Vuelta de la Barranca, ubicado a unos 25 kilómetros de la ciudad de Santiago del Estero.
“Las alumbradas tienen gran importancia desde hace siglos. Y aunque los cambios en las costumbres, el avance de la civilización y la urbanización han modificado algunos de sus ritos, no han desaparecido”, reflexionó ante Télam el sociólogo Alberto Tasso, investigador del Conicet.
Honrar la memoria de familiares y allegados fallecidos y honrar también una tradición inculcada de generación en generación. Tales fueron las razones esgrimidas por los deudos consultados por esta agencia sobre los motivos que los llevaron a permanecer, en algunos casos hasta la madrugada, en la necrópolis rural de Vuelta de la Barranca.
Iluminados por cientos de velas, una vez arregladas y ornamentadas las tumbas y panteones, el mate caliente y el pan casero dieron color y sabor a la reunión hasta de decenas de personas acompañaron a decenas de personas hasta pasada la medianoche pese a la llovizna constante que aportaba escenificación a las alumbradas.
Beatriz Vanegas fue una de esas personas. Llegó con sus hijos y nietos al cementerio de Vuelta de La Barranca como -dijo- “todos los años desde que tengo uso de razón que vengo a velar a mis seres queridos”.
“Para nosotros la alumbrada es porque creemos mucho en dios, la virgen y en las almas. Ellos siempre nos protegen y nos ayudan”, añadió Beatriz.
Mercedes Beltrán, en tanto, remarcó que “es una tradición que tenemos todos los años: venir, llorar y velar a nuestros muertos y la venimos cumpliendo hace más de 30 años”.
A la vez, Susana expresó que “desde hace dos años atrás, por causa de la pandemia, no nos permitían ni de noche ni de día venir a alumbrar a nuestros familiares, pero ahora ya podemos seguir la misma tradición que se inició desde que tenía 4 años”.
“Seguimos con la tradición, las flores y las velas”, dijo la mujer y añadió que “en este cementerio la mayoría de la gente alumbra durante toda la noche y quedamos hasta las 3 de la mañana”.
Yolanda Fernández recordó que, “desde que éramos chicos, mis viejos (sic) nos traían. Somos 10 hermanos, crecimos en Maquito (localidad ubicada a 10 km. de la ciudad de Santiago del Estero) y mi papá fue el primero que se fue, después mi hermano y siempre venimos en la tarde del 1 de noviembre y nos quedamos hasta la noche”.
“Venir aquí es acercarnos y estar con ellos (por los familiares fallecidos). Es lo que nos inculcaron nuestros abuelos”, añadió.
En diálogo con Télam, Marisa, otra de las mujeres que se acercó a Vuelta de la Barranca, indicó que “desde pequeña veníamos con nuestros padres y abuelos. (La alumbrada) es algo tradicional para nosotros, de venir a la tarde y nos quedamos hasta las 1 o 2 de la madrugada”.
“Aquí nos juntamos toda la familia, mis tíos, primos y siempre hay alguna comida y el mate”, expresó Marisa, quien enfatizó: “Seguiremos con esta tradición hasta que Dios nos lleve”.
Para Andrea, el rito en memoria de sus fallecidos “es muy espiritual” y detalló que “nuestros padres y abuelos nos enseñaron a respetar esta fecha y por eso venimos en familia a rezar y pedir por el eterno descanso de nuestros queridos familiares”.
“La celebración del Día de los Muertos es un ritual de amplia vigencia en toda América, como lo muestra el caso de México, donde cobra el carácter de fiesta popular”, explicó a Télam Tasso, quien señaló que en Santiago del Estero tiene “una importancia singular desde hace siglos”.
Al ser consultado sobre la significación actual del Día de los Muertos, el sociólogo expresó que, “aunque han cambiado las formas de celebrarlo, se mantiene y renueva su sentido”.
“Más allá de las efemérides, este es el día de nuestros muertos. Alude no sólo a los de nuestro clan familiar, sino también a aquellos hermanos que iniciaron el gran viaje por diferentes circunstancias, desde la dictadura a la pandemia a más de la decisión propia”, dijo.
“Velatorio, velada, vela. Recuerdo, memoria, nave. Ritual de la mente y altar que alumbramos desde adentro. El cementerio tradicional está cambiando: en la Chacarita funcionan hoy 18 hornos crematorios”, reflexionó.
“A la tradición de velar a los muertos la llamaría memoria, personal, colectiva, de algún modo universal”, sentenció y remarcó que “sin ella no hay historia posible”.
Por su parte, el antropólogo José Luis Grosso, autor del libro “Indios Muertos, Negros Invisibles: Hegemonía, Identidad y Añoranza”, explicó a Télam que “durante los años 1995, 1996 y 1997 asistí a las “alumbradas” en distintas localidades de la mesopotamia santiagueña”.
“Se desarrollan desde el 1 de noviembre por la tarde hasta el 2 por la noche; de uno a otro cementerio se perciben matices en la intensidad de la luz, en el volumen de las voces, en la cantidad de deudos, pero el ritual es el mismo”, añadió.
Consideró que “la “alumbrada” del 1 a la noche es la que congrega mayor cantidad de gente en Santiago del Estero, en donde en la noche el cementerio rural se vuelve un paseo, se urbaniza, es un apéndice de la ciudad: algunos miles de velas encendidas, grandes reflectores, una circulación peatonal como la de las calles comerciales, una conversación incesante, risas, abrazos, reencuentros y presentaciones”.
A la vez expresó que “el imaginario urbano, que señala las “alumbradas” nocturnas como una costumbre pagana de “campo afuera” ha podido erradicarlas de las grandes ciudades, pero choca con la enorme cantidad de gente que se reúne de día en el cementerio”.
“La concentración es muy superior a la de los cementerios rurales; en un espacio imprevisible y liminar, en un escenario ritual, tiene lugar lo que la sensibilidad del “centro” rechaza y teme: la aglomeración demográfica, la efervescencia multitudinaria”, añadió.