La presencia, necesaria e imprescindible, del docente en el aula es algo fuera de discusión. Lo vivimos en pandemia, lo sufrimos en pandemia y pudimos demostrarnos a nosotros mismos cuánto somos capaces de aprender, sostener y trabajar en función de una vocación que trascendió las aulas.
La diversidad, como nunca, habita esos espacios. Al volver el año pasado nos encontramos con niños y jóvenes que habían aprendido mucho en pandemia, con otros que aprendieron poco y con aquellos que no tuvieron posibilidad de hacerlo.
En este volver a encontrarnos también primó el desborde emocional, la necesidad urgente de compartir y establecer esos lazos tan necesarios para el crecimiento.